ESCUCHA MADRID
Hasta el 17 de septiembre, la sala 9B del edificio Villanueva alberga la exposición Picasso, el Greco y el cubismo analítico, una muestra que, patrocinada por la Fundación Amigos del Museo del Prado y con colaboración de la Comunidad de Madrid, se centra en la obra cubista de Picasso y la obra tardía del Greco.
Inscrita en La Celebración Picasso 1973-2023, programa expositivo que conmemora el cincuenta aniversario del fallecimiento del artista español y que cuenta con la colaboración de Telefónica en España, la exposición Picasso, el Greco y el cubismo analítico, comisariada por Carmen Giménez, muestra la correlación más radical entre estos dos artistas para reflexionar sobre un aspecto fundamental: el ascendente del cretense sobre el malagueño cuando este se adentraba en el cubismo.
Esta exposición ofrece la oportunidad de comprender la relación entre ambos artistas, dos sensibilidades originales que hablan de la redefinición del hecho artístico a través del volumen y el color, de la composición y la perspectiva, del espacio y la luz, y del desafío al dogma académico y a la tradición clásica.
Entre las muchas y muy diversas influencias de otros maestros que confluyen en la obra de Picasso, la del Greco es quizás la más temprana y decisiva, ya que se inició a finales del siglo XIX, cuando el malagueño, casi adolescente, reside en Madrid y es estudiante de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Por sus cartas y dibujos de aquella época de formación, se sabe que pasó más tiempo en el Museo del Prado copiando a los grandes maestros que en la propia Academia. «El Greco, Velázquez, inspiradme», se puede leer en un dibujo de aquellos años. «Yo, El Greco» anotó en otro dibujo. Toda una declaración de intenciones para un joven estudiante de apenas diecisiete años, intuyendo en la obra del Greco el germen de aquello de lo que precisamente habría de librar a la pintura moderna. El Greco por aquel entonces no era un valor. El pintor Francisco Bernareggi, compañero de estas visitas al Prado, recordaba cómo se les llamaba “modernistas” al verlos copiar al Greco en el Prado, y el padre de Picasso les amonestó al enterarse: «¡Vais por mal camino!».
Es cierto que el Greco gozó de cierta fama desde que se instaló en España en 1577 y hasta su muerte en 1614, pero desde que esta aconteció fue tejiéndose una leyenda local sobre la alocada distorsión de su estilo pictórico de sus últimos años que acabó por oscurecer posteriormente su reputación crítica. No fue hasta casi finales del siglo XIX cuando empezó a reivindicársele, gracias a los jóvenes vanguardistas europeos de este periodo. El Greco tardó tres siglos en ser entendido, pero una vez recuperado del olvido, aportó las claves a Picasso para romper definitivamente con el arte del pasado y los pilares de la representación tradicional.
En la abundante literatura artística escrita sobre Picasso, casi todos los autores insisten en la evidencia del nexo entre el Greco y el artista malagueño, pero casi todos coinciden en cifrar esta influencia casi en exclusiva durante la juventud de este, no solo por sus cuadernos del periodo entre Madrid, Barcelona y París, sino considerando que fue crucial para el llamado “periodo azul”. Sin embargo, esta influencia fue mucho más profunda y duradera y fue especialmente crucial para el desarrollo del cubismo y, en particular, para la fase del cubismo analítico, con su aplanamiento de perspectiva y su formato vertical. Un enfrentamiento de las respectivas obras de ambos artistas centrándose en la obra cubista de Picasso y la obra tardía del Greco, en el formato directo que permite una exposición, abre nuevas perspectivas, no solo entre ambos artistas sino también a través de ellos, para nuevas reflexiones sobre lo que significó esta relación para el desarrollo de las vanguardias del siglo XX.