JESÚS TÍSCAR
La presidenta de la Comunidad de Madrid, para que no se vayan, rechaza el impuesto a las grandes fortunas que propone Unidas Podemos, tal vez porque sabe, Ayuso, o no lo ignora, que las Grandes Fortunas tienen muy pocos gastos pequeños, por no decir ninguno. Las Grandes Fortunas no pueden entretenerse en eso. Un gasto pequeño no conduce a nada y, por lo tanto, constituye una pérdida de tiempo para las Grandes Fortunas.
Es tonto que una Gran Fortuna pague el 1,50 que vale un café, por ejemplo, e incluso 2 eurazos, en el caso de que la Gran Fortuna ande famélica y se coma una porra, que todo pudiera ser, no es descartable. La Gran Fortuna, a lo mejor porque esa mañana se ha levantado traviesa o tolondra, o sea bohemia, llega a la cafetería, pide su cortado, su porra, y, quizá porque nunca lo ha practicado o porque dejó de practicarlo hace ya mucho tiempo, se pone a pensar en qué es lo que suele preguntarse a continuación de semejante insignificancia, de tamaña excentricidad: qué es lo que se suele preguntar cuando uno ha despachado ese asunto tan menudencio como es el de haberse tomado un cortado y una porra en uno de esos sitios que se llaman cafeterías… Y no cae.
La Gran Fortuna intenta recordarlo con fuerza, apretando mucho el entrecejo, mientras finge leer unos papeles salmón interesantísimos, pero no cae, no cae… “Ay, madre mía, qué era, qué era.” Hasta que, al fin, la Gran Fortuna se acuerda. “¡Ah, sí!”, exclama su remember, descongestionado de golpe, “lo que se acostumbra a preguntar ahora, o al menos se preguntaba en mis tiempos, es: ¿Qué le debo?”. Y lo hace. La Gran Fortuna deja apenas de leer los papeles salmón y pronuncia la pregunta recobrada como si estuviera ensayando un idioma complicado o directamente desconocido.
¿Qué le debo?
Y es entonces cuando todo un compromiso social en desuso se traslada al otro bando, al sentimental, y se pone en marcha la conciencia de clase (y el temblorcete) del dueño de la cafetería, del mercader del café y de la porra:
¿Cómo va él a cobrarle esa cantidad tan ridícula a una Gran Fortuna que se ha dignado a pisar su establecimiento? Se le caería la cara de vergüenza, vamos. ¿Cómo va él a ofender a una Gran Fortuna reclamándole unas monedas (que seguramente no lleva encima) a cambio de la consumición que él mismo ha tenido el honor de servirle sin esfuerzo alguno? Sería poco menos que un insulto. ¡A ver si la Gran Fortuna no va a volver más; a ver si, ahora que ha logrado que una Gran Fortuna venga a este nido de patanes, se le va a ir al estarbás de la esquina!
De modo que: “Nada, nada”, escucha la Gran Fortuna con los ojos nuevamente inmersos en los papeles salmón, y aún escucha más: “La casa invita”.
Y eso que se ahorran las Grandes Fortunas. Y con lo que se ahorran, las Grandes Fortunas bien podrían atender al impuesto que la presidenta de Madrid rechaza aplicarles, probablemente también por vergüenza, y por miedo, como el dueño de la cafetería, para que las Grandes Fortunas no se le vayan al cortado y a la porra y a leer sus interesantísimos papeles salmón a otro sitio.